UNA
TEMPORADA EN CARCOSA
21
cuentos extraños en torno al Rey de Amarillo
Varios
Autores
Traducción
de Marta Lila
Editorial
VALDEMAR (España)
Colección:
Gótica; Año 2015
Autores: Richard A. Lupoff, Ann K. Schwader,
Don Webb, Joseph S. Pulver Sr., Laird Barron, Joel Lane, Simon Strantzas,
Daniel Mills, Gary McMahon, Cate Gardner, Edward Morris, Richard Gavin, Gemma
Files, Kristin Prevallet, Anna Tambour, Michael Kelly, Cody Goodfellow, John
Langan, Pearce Hansen, Robin Spriggs y Allyson Bird.
En 1895 la editorial F.
Tennyson Neely publicó una curiosa colección de cuentos fantásticos de una
inquietante belleza, El Rey de Amarillo
(Gótica 87), obra de un autor norteamericano entonces desconocido, Robert W.
Chambers, que con el tiempo se convertiría en libro de culto para muchos
aficionados a la literatura de terror, incluyendo al propio H.P. Lovecraft.
En varias de estas
historias Chambers hace veladas alusiones a una obra de teatro maldita, “El Rey
de Amarillo”, cuya lectura provoca la locura y la desesperación en todos
aquellos que se atreven a internarse en sus páginas.
Más de un siglo después,
el reputado autor de ficción extraña Joseph S. Pulver Sr. ha reunido en esta
antología, Una temporada en Carcosa,
a una nutrida nómina de autores de terror contemporáneos y les ha pedido que
dejen volar su imaginación en torno a aquella obra maldita de locura y
realidades alteradas imaginada por Chambers.
La colección reúne
veintiuna historias que se aproximan al tema desde muy distintos ángulos y con
muy diferentes estilos: “Brillantes huesos negros y tenues estrellas negras”,
de Gemma Files, sobre los inquietantes descubrimientos realizados en las
excavaciones arqueológicas de la antigua y misteriosa ciudad de Carcosa; “El
amanecer de abril”, del veterano Richard A. Lupoff, que recurre a su excéntrico
investigador de lo oculto Abraham ben Zaccheus, y lo sitúa en San Francisco en
los días del Gran Terremoto; “El pozo de los deseos”, de Cody Goodfellow, una
de las más inquietantes, thriller psicológico que nos sumerge en la locura y el
terror que experimenta un actor después de recibir un extraño video; o “Sweetums”,
de John Langan, historia onírica y surrealista que juega con la confusión entre
realidad y ficción de una actriz que se ve envuelta en un rodaje de pesadilla.
Robert W. Chambers y el horror cósmico
en True Detective
TERROR
AMARILLO
Por
Mariana Enriquez
Publicado en Página 12
De todas las referencias
que True Detective plantó, la que más incendió a los fans y despertó la mirada
atentísima de los devotos del horror cósmico y la weird fiction fue la temprana
referencia al rey de Amarillo como la entidad detrás de los crímenes. Primero,
en boca de amigos de una de las víctimas, después en la de uno de los
sospechosos, Reggie Ledoux, que antes de recibir el tiro del final habla de
“Carcosa” y “estrellas negras”: la morada del Rey. A partir de ahí quedó claro
que el culto asesino practicaba alguna forma de religión antigua –la puesta en
escena de las víctimas en los bosques, coronadas por cuernos de animales, los
signos espiralados tatuados en los cuerpos– cuya mitología incluía a un Rey y a
una ciudad perdida, la terrible Carcosa, junto al lago de Hali.
Lo
que puso en alerta a los fans fue que El rey de Amarillo existe, no es una
creación de Nic Pizzolatto. Y aún más, es la punta del iceberg y a la vez el
costado oscuro de una de las ramas más obsesivas de la ficción fantástica, la
que se continúa y expande con H. P. Lovecraft y los Mitos de Ctulhu. Es decir:
estaba tocando el corazón de una tradición literaria que, para muchos
seguidores, roza lo religioso.
Pero vamos por partes.
El rey de Amarillo es un mito de la literatura norteamericana que se origina,
en realidad, en un cuento de Ambrose Bierce de 1886, “Un habitante de Carcosa”.
Básicamente, la historia –inquietante, rarísima, especie de fragmento de un
diario abandonado en la oscuridad del universo– es sobre un hombre que, entre
la vida y la muerte, medita sobre la corrupción del cuerpo y el alma para
despertar en un paisaje desolado donde encuentra un viejo cementerio, su propia
tumba y, en el horizonte “las ruinas de la antigua y célebre ciudad de Carcosa”.
El hombre está perdido en el tiempo y en la muerte: la nota al pie del cuento
precisa “tales son los hechos que le comunicó el espíritu Hoseib Alar Robardin
al médium Bayrolles”.
Fascinado por este
misterioso relato que inaugura una tradición de citas y libros y autores
apócrifos e inventados –una tradición que abrazaría con entusiasmo Borges–, el
escritor y artista plástico nacido en Brooklyn Robert W. Chambers, publicó en
1895 el libro de cuentos El rey de
Amarillo, puntapié de la mitología. ¿Qué es el rey, entonces? Tres cosas,
en principio: el título de este libro de cuentos; un monarca-entidad
malevolente vestido de harapos, hijo de Hastur, que dice cosas como “es
terrible caer en las garras del dios vivo” y, sobre todo, una obra de teatro
que circula en forma de libro, nunca representada, de la que Chambers presenta
fragmentos en sus relatos a la manera del Necronomicón. Sólo que Lovecraft cita
numerosas veces el libro del árabe loco Abdul Alhazred, y de la pieza El rey de Amarillo Chambers sólo presenta
fragmentos escasísimos. Uno de ellos, sin embargo, el Acto 1º, escena 2ª , que
antecede al cuento “El signo amarillo”, es citado casi entero por True
Detective:
Rompen
las olas neblinosas a lo largo de la costa,
Los
soles gemelos se hunden tras el lago,
Se
prolongan las sombras
En
Carcosa.
Extraña
es la noche en que surgen estrellas negras,
Y
extrañas lunas giran por los cielos,
Pero
más extraña todavía es la
Perdida
Carcosa
Más tarde se habla de
otras entidades de la obra de teatro que aparecen en True Detective, como la
“máscara pálida”.
El libro de Chambers,
sin embargo, es muy diferente a True Detective. Nada tiene que ver con el
policial, el sur, la amistad entre varones, los crímenes rituales. El rey de
Amarillo, la obra de teatro ficticia, es un libro que vuelve loco al lector
prácticamente ni bien lo abre; se dice que, a pesar de haber sido incautado por
ponzoñoso, “se difundió como una enfermedad infecciosa de ciudad en ciudad, de
continente en continente, prohibido aquí, confiscado allá, denunciado por la
prensa y el púlpito, censurado aun por los más avanzados anarquistas
literarios”. El horror del contenido, eso que lleva a la locura, no se
desarrolla en ninguno de los apenas cinco cuentos (algunos expertos dirán seis)
que referencian a la obra en el libro: “El signo amarillo”, “El reparador de
reputaciones”, “En la corte del dragón”, “La máscara” y “La Demoiselle d’Ys”.
Los cuentos, en general protagonizados por artistas –salvo “El reparador de
reputaciones”, peculiarísimo relato de ciencia ficción, una distopía
norteamericana– transcurren en Nueva York o París. Son los años del
decadentismo y Chambers había estudiado arte en Francia y seguramente tomó su
idea del Amarillo de los decadentes británicos que en 1894 editaron la revista
cuatrimestral Yellow Book, ilustrada por Aubrey Beardsley (proyecto que se
derrumbó con el arresto de Oscar Wilde). Seguramente también supo del
extrañísimo conde Eric Stenbock y sus poemas y cuentos sobre la muerte –que
también sería recuperado por la weird fiction vía Lovecraft, que lo admiraba–.
Hay que recordar que ésta es la era en que Baudelaire había traducido a Poe en
Francia; Las flores del mal, “La máscara de la muerte roja”, todo resuena en
los relatos de El rey de Amarillo, una obra que encarna –y excede– el espíritu
de su época. Otra influencia puede ser el cuento “El rey de la máscara de oro”
(1893), de Marcel Schwob, sobre un monarca que reina sobre una corte que usa
máscaras. Los cuentos de El rey de amarillo están llenos de escultores,
modelos, pintores, mujeres fantasma, art nouveau, bohemia, urbanidad –un
universo casi opuesto a los pantanos, la miseria, la ignorancia, el desamparo,
la niñez abusada y los procedimientos policiales de True Detective–. Pero
comparten la sensación la religión antigua, el universo abismal, la locura, el
desdoblamiento de alma y cuerpo, los viajes en el tiempo, los cuerpos
mutilados, los cuerpos podridos. En el mejor cuento, “El signo amarillo”, hay
un guardián de iglesia que es claramente un muerto vivo, un cadáver que camina,
material de pesadillas. Como el reparador de reputaciones, con sus orejas
prostéticas y su enorme crueldad.
En True Detective no se
menciona a El Rey de Amarillo como un libro. Hart y Cohle viven en un mundo
donde ese libro no existe, no hay referencias meta, nunca lo buscan, nunca
mencionan a Chambers ni piensan que las creencias del culto pueden originarse
en una ficción. Viven en un mundo donde el Rey de Amarillo existe, es nuevo
para ellos, es un dios pagano. Nic Pizzolato se apropia de la mitología y la
reescribe sin recurrir a mecanismos metaficcionales librescos. Cuando el rey
“aparece” es una efigie, casi un San la Muerte, un icono religioso de capa
dorada y calaveras.
Y a la manera de El rey de Amarillo, True Detective
mantiene al contenido de las creencias del culto en una narrativa
insoportablemente vaga, palabras hermosas que dan miedo pero poco explican. Por
qué esta religión pagana enloquece hasta llevar al crimen, cuál es el sistema
de creencias de este horror cósmico y hasta dónde llega, si proviene de viejas
tradiciones de los bosques heredadas de la Galia y los druidas (después de
todo, estamos en territorio cajun, de inmigrantes franceses, en Louisiana, en Nueva
Orleans, en el sincretismo, y el vudú): de todo eso, nada. Salvo para muchos de
los muy atentos fans de weird fiction y Lovecraft y su descendencia, que ven
pistas que el ojo menos entrenado se pierde. Pensarlo desde el ángulo
literario, sin embargo, ofrece un sentido más aprehensible: en El rey de
amarillo nunca se cuenta la trama de la obra de teatro y qué de ese texto lleva
a la creencia y la locura. Es la más enloquecedora invención de un libro que no
existe: se comentan sus efectos, nunca se revela su contenido.
Algo parecido pasa con
el culto al Rey de Amarillo de True Detective y su templo, Carcosa, lo que
aumenta la angustia general de la serie, la insatisfacción, el ansia. Si esto
es un recurso deseado o sencillamente un agujero de la trama es materia de
debate en todos los foros públicos online, que tienen hasta mil comentarios
(cada uno: miles de foros con mil comentarios cada uno, una comunión global
cuyo centro es Carcosa, impensable hace tres meses. Impensable en general).
Chambers, en 1895, jamás hubiera creído que su libro excéntrico y hermoso
causaría este revuelo, esta pasión, esta especie de magia. Antes de su muerte,
a los 68 años, escribió casi setenta libros, todos olvidados, y salvo por
alguna referencia lateral (en el cuento “El hacedor de lunas”, por ejemplo, de
1896), nunca volvió a El rey de Amarillo: se dedicó a novelas románticas,
históricas, textos deportivos, poesía, teatro.
El gran pasaporte de
Chambers hacia la ficción fantástica y el horror cósmico se produjo en 1931, cuando
H. P. Lovecraft publicó el largo relato “El que susurra en la oscuridad” en
Weird Tales: en el cuento, aparecen seres en las aguas “después de una
inundación”, una especie de “grandes cangrejos”. Esto sucede en Vermont: pero
el paisaje de True Detective es pura tierra ganada a las inundaciones y los
huracanes; los cangrejos son fauna de la zona y en la serie Hart y Cohle
interrogan a cazadores de los crustáceos en varias oportunidades –los animales
están ahí, en el fondo, rojos y crujientes, un enorme guiño–. El narrador de
“El que susurra en la oscuridad” recibe una carta que menciona, entre otros
nombres relacionados “con lo más espantoso que cabe imaginar”, el Lago de Hali
(el lago de Carcosa) y el Signo Amarillo. Ese fue el pasaporte de Chambers y su
Rey al horror lovecraftiano: cuando el hombre de Providence lo sumó a su propia
mitología.
(Nota aparte. En el
mismo cuento, para los fans: una grabación de los “susurros” del título
registrada en los bosques habla de una “vorágine en el espacio” y el tributo al
dios antiguo Azathot, que allí reside. ¿Es lo que ve Rust en el polémico último
capítulo, tras su descenso a Carcosa? Habrá que seguir enloqueciendo.)
La mitología del rey de
Amarillo fue retomada varias veces más: en cuentos clásicos del horror de los
’80 como “The River of Night’s Dreaming”, de Karl Edward Wagner o “More Light”,
de James Blish (el que está más cerca de una “escritura” de la obra maldita);
también, recientemente, en Una temporada en Carcosa (A season in Carcosa,
2012), antología recopilada por el especialista Joseph S. Pulver, una colección
de cuentos de autores contemporáneos inspirada en la mitología amarilla, que la
resignifican en todas direcciones. True Detective podría ser un relato más de
esta antología, por ejemplo, otra continuación, otra pincelada para este gran
mito literario norteamericano.
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